El puente estaba atestado, la caravana parecía alargarse hasta el infinito. Sin embargo, la velocidad parecía superar los límites para una situación como aquella. Sólo una expresión podía
dar una explicación coherente a aquello: hora punta. De pronto, el jaleo matutino fue irrumpido por un fuerte ruido, al instante mis sentidos reconocieron el sonido de la ambulancia. Un accidente. Pero, como siempre, no me había ocurrido a mí. En el telediario, en la vida cotidiana, incluso en el vecindario, vemos múltiples accidentes; accidentes que pasan rozándonos apenas en el consciente y que en el subconsciente apenas si pasan la barrera de la preocupación. Realmente creemos que nunca nos sucederá a nosotros, que somos inmunes ante cualquier situación… Hasta que sucede…
Comencé a incorporarme al carril, por el retrovisor vi reflejado el coche de atrás y calcule la distancia para no chocarme con él. Miré hacia adelante… No podía ser… todos los coches estaban frenando abruptamente. El coche de enfrente parecía acercarse peligrosamente. Mis reflejos me impulsaron a pisar el freno. El coche chirrió, la voz apenas me salía de las entrañas, ni tan siquiera pude soltar un gemido. Y, lo inevitable, acaeció.
A veces las banalidades inundan nuestros sentidos. Preocupaciones sin importancia que transforman en un océano una gota de agua. ¿Qué nos pasa por la cabeza? ¿Por qué nos creemos inmortales en un mundo en el que la mortalidad es la reina? Aquella noche necedades inundaban mi cabeza, transformadas en aprensiones por mi intelecto: Estudios, viajes, la nostalgia por alguien que pronto iba a ver… Cristales terminaron recorriendo carreteras en mis mejillas y el ahogo parecía inundarme toda.
A veces las banalidades inundan nuestros sentidos. Preocupaciones sin importancia que transforman en un océano una gota de agua. ¿Qué nos pasa por la cabeza? ¿Por qué nos creemos inmortales en un mundo en el que la mortalidad es la reina? Aquella noche necedades inundaban mi cabeza, transformadas en aprensiones por mi intelecto: Estudios, viajes, la nostalgia por alguien que pronto iba a ver… Cristales terminaron recorriendo carreteras en mis mejillas y el ahogo parecía inundarme toda.
Recuerdo a mi abuela, con su sonrisa afable y su forma de transformar la realidad, “No hay mal que por bien no venga”, decía… y aquel día entendí lo que quería comunicarme.
El coche chocó, por un momento el aire dejó de llegarme a los pulmones. Sé con certeza que me golpeé, pero la realidad se difumina en mi pensamiento, y apenas puedo recordar una reminiscencia de aquello. No ha pasado una semana, y la imagen me aparece difusa. Mis primeros pensamientos fueron claros: Estoy viva; Estoy bien; y, curiosamente, el siguiente pensamiento fue el temor a que mis padres me regañaran, porque el coche no había quedado tan bien parado.
Salí del coche. Tiritaba. No sé si de frío o de miedo, o quizás ambos se mezclaron en un revuelto en el que el llanto lo acompañaba todo. No me podía tranquilizar. E, inmediatamente, mi maquiavélica mente comenzó a delirar con otros accidentales finales menos placenteros. El miedo a perder a alguien que quieres era el que más me carcomía por dentro.
Estaba asustada. Pero pronto me tranquilicé y, aquel día, vi las cosas de otro color. El Sol parecía brillar más, contrastado con un cielo más azul. Aquellas aprensiones que me mordían el alma, se transformaron en apenas un mero trámite del que ya me encargaría más tarde. Planes con gente querida que pensaba atrasar o que veía lejanos pensé en adelantarlos. No quería perder un segundo de mi tiempo. Mi orden de prioridades había sufrido un fuerte cambio, un huracán había irrumpido en mi pulcra lista caotizando la situación.
Salí del coche. Tiritaba. No sé si de frío o de miedo, o quizás ambos se mezclaron en un revuelto en el que el llanto lo acompañaba todo. No me podía tranquilizar. E, inmediatamente, mi maquiavélica mente comenzó a delirar con otros accidentales finales menos placenteros. El miedo a perder a alguien que quieres era el que más me carcomía por dentro.
Estaba asustada. Pero pronto me tranquilicé y, aquel día, vi las cosas de otro color. El Sol parecía brillar más, contrastado con un cielo más azul. Aquellas aprensiones que me mordían el alma, se transformaron en apenas un mero trámite del que ya me encargaría más tarde. Planes con gente querida que pensaba atrasar o que veía lejanos pensé en adelantarlos. No quería perder un segundo de mi tiempo. Mi orden de prioridades había sufrido un fuerte cambio, un huracán había irrumpido en mi pulcra lista caotizando la situación.
Quería Vivir.
